La opiniòn de josé gil olmos me parece bastante brillante
México, D.F., 14 de mayo (apro).- En 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lanzó un “¡Ya basta!” para exigir al gobierno que atendiera las necesidades de los pueblos indígenas. Hoy, en un acto más de propaganda que de sinceridad, Felipe Calderón ha utilizado la frase de una manera desafortunada tratando de evadir la responsabilidad que tiene en la lucha contra el narcotráfico.
Al menos 270 muertos en 2008 y más de mil el año pasado es el saldo que ha dejado la guerra contra el narcotráfico durante el gobierno de Calderón, el cual ha demostrado un tremendo fracaso al utilizar al Ejército en actividades policíacas para las cuales no está facultado.
En un tono molesto por las últimas ejecuciones de altos mandos de la Secretaría de Seguridad Pública, Calderón exclamó “¡Ya basta!” y exigió a los ciudadanos, “que no sean cómplices de la ilegalidad”; al Congreso y a los jueces, para que cierren el paso a la impunidad; y a los medios de comunicación, para que divulguen las acciones contra la delincuencia en vez de “compartir con los criminales la estrategia de sembrar el terror”.
Según las palabras de Calderón “todos” somos responsables de lo que ha hecho el narcotráfico en el país. Todos menos el gobierno federal, que no ha logrado detener a las cabezas importantes; los gobernadores, algunos de los cuales se han coludido con las bandas criminales; los jueces que no actúan con justicia; los ministerios públicos que no investigan; ni los policías y soldados que se pasan del lado de los cárteles.
El regaño de Calderón es un insulto a la inteligencia porque confunde víctimas con victimarios al dejar la responsabilidad de la lucha contra el narcotráfico en los ciudadanos que son los que sufren, al final, las deficiencias que tienen los gobiernos federal y estatales, así como el sistema de justicia en general en el combate contra el crimen organizado.
El narcotráfico se ha infiltrado en las esferas del gobierno, así como en las instituciones castrenses, policíacas y de justicia. Por las grandes ganancias –33 mil millones de dólares al año, según cifras extraoficiales--, no es difícil pensar que también está en el mundo de los banqueros y financieros.
Es ahí donde hay que lanzar los dardos, no en los ciudadanos que sufren las consecuencias, sino en los espacios de poder y de dinero donde reciben las ganancias de este negocio multimillonario.
Los ciudadanos no son los cómplices en el mercado de las drogas, la complicidad viene de las autoridades que se dejan corromper, de los gobiernos que cierran los ojos para no complicarse la vida, de los policías y soldados que se venden al mejor postor.
A Calderón le molesta que los medios difundan las noticias negativas que generan los narcotraficantes, las peleas que tienen entre sí y la forma en que se han vinculado con algunos funcionarios y autoridades militares. Le incomoda que se difundan las pérdidas humanas que ha tenido el gobierno en esta lucha que va perdiendo. Tal vez quisiera que nada de esto se difundiera, como si con eso lograra evadir la realidad.
En la conferencia donde quiso regañar a todos, Calderón evadió contestar cuando le preguntaron si su estrategia de combate al narcotráfico había fracasado. Solamente dijo que no se sumaría al “abandono, a la cobardía o a la complicidad que permitieron que México llegara a esta situación”.
Como presidente de la República que dice ser, Calderón debería saber que no es cuestión de voluntarismo acabar con el narcotráfico, sino de actuar con decisión en las partes donde realmente le duele al crimen organizado: el bolsillo.
No hay que ser muy inteligentes para saber que ese es el punto más débil del narcotráfico. Si se le quiere combatir no basta con destruir plantíos o dejar que se maten entre los diferentes grupos, o detener a algunos de los manos medios, sino que hay que llegar a los centros financieros donde se lavan miles de millones de dólares.
Si no se toca esta parte sustantiva del negocio mundial del narcotráfico, poco se puede hacer con las otras partes, como son la producción y transporte de los enervantes.
Hasta que veamos caer en la cárcel no sólo al jefe de algún cártel, sino al gobernante corrupto, al banquero que se hace más rico con el lavado de dinero o al funcionario que se hizo el occiso en alguna investigación, entonces estaremos en el inicio de un combate a fondo contra el narcotráfico.
México, D.F., 14 de mayo (apro).- En 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lanzó un “¡Ya basta!” para exigir al gobierno que atendiera las necesidades de los pueblos indígenas. Hoy, en un acto más de propaganda que de sinceridad, Felipe Calderón ha utilizado la frase de una manera desafortunada tratando de evadir la responsabilidad que tiene en la lucha contra el narcotráfico.
Al menos 270 muertos en 2008 y más de mil el año pasado es el saldo que ha dejado la guerra contra el narcotráfico durante el gobierno de Calderón, el cual ha demostrado un tremendo fracaso al utilizar al Ejército en actividades policíacas para las cuales no está facultado.
En un tono molesto por las últimas ejecuciones de altos mandos de la Secretaría de Seguridad Pública, Calderón exclamó “¡Ya basta!” y exigió a los ciudadanos, “que no sean cómplices de la ilegalidad”; al Congreso y a los jueces, para que cierren el paso a la impunidad; y a los medios de comunicación, para que divulguen las acciones contra la delincuencia en vez de “compartir con los criminales la estrategia de sembrar el terror”.
Según las palabras de Calderón “todos” somos responsables de lo que ha hecho el narcotráfico en el país. Todos menos el gobierno federal, que no ha logrado detener a las cabezas importantes; los gobernadores, algunos de los cuales se han coludido con las bandas criminales; los jueces que no actúan con justicia; los ministerios públicos que no investigan; ni los policías y soldados que se pasan del lado de los cárteles.
El regaño de Calderón es un insulto a la inteligencia porque confunde víctimas con victimarios al dejar la responsabilidad de la lucha contra el narcotráfico en los ciudadanos que son los que sufren, al final, las deficiencias que tienen los gobiernos federal y estatales, así como el sistema de justicia en general en el combate contra el crimen organizado.
El narcotráfico se ha infiltrado en las esferas del gobierno, así como en las instituciones castrenses, policíacas y de justicia. Por las grandes ganancias –33 mil millones de dólares al año, según cifras extraoficiales--, no es difícil pensar que también está en el mundo de los banqueros y financieros.
Es ahí donde hay que lanzar los dardos, no en los ciudadanos que sufren las consecuencias, sino en los espacios de poder y de dinero donde reciben las ganancias de este negocio multimillonario.
Los ciudadanos no son los cómplices en el mercado de las drogas, la complicidad viene de las autoridades que se dejan corromper, de los gobiernos que cierran los ojos para no complicarse la vida, de los policías y soldados que se venden al mejor postor.
A Calderón le molesta que los medios difundan las noticias negativas que generan los narcotraficantes, las peleas que tienen entre sí y la forma en que se han vinculado con algunos funcionarios y autoridades militares. Le incomoda que se difundan las pérdidas humanas que ha tenido el gobierno en esta lucha que va perdiendo. Tal vez quisiera que nada de esto se difundiera, como si con eso lograra evadir la realidad.
En la conferencia donde quiso regañar a todos, Calderón evadió contestar cuando le preguntaron si su estrategia de combate al narcotráfico había fracasado. Solamente dijo que no se sumaría al “abandono, a la cobardía o a la complicidad que permitieron que México llegara a esta situación”.
Como presidente de la República que dice ser, Calderón debería saber que no es cuestión de voluntarismo acabar con el narcotráfico, sino de actuar con decisión en las partes donde realmente le duele al crimen organizado: el bolsillo.
No hay que ser muy inteligentes para saber que ese es el punto más débil del narcotráfico. Si se le quiere combatir no basta con destruir plantíos o dejar que se maten entre los diferentes grupos, o detener a algunos de los manos medios, sino que hay que llegar a los centros financieros donde se lavan miles de millones de dólares.
Si no se toca esta parte sustantiva del negocio mundial del narcotráfico, poco se puede hacer con las otras partes, como son la producción y transporte de los enervantes.
Hasta que veamos caer en la cárcel no sólo al jefe de algún cártel, sino al gobernante corrupto, al banquero que se hace más rico con el lavado de dinero o al funcionario que se hizo el occiso en alguna investigación, entonces estaremos en el inicio de un combate a fondo contra el narcotráfico.
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